sábado, 30 de octubre de 2010

Deja que la lluvia te limpie

Amigo Idigoras…

No sabes cuánto me reconforta leer tus cartas, sobre todo sabiendo lo difícil que es juntar los segundos para escribirlas.

La vida en la ciudad es rápida, violenta y llena de humo. Y sus paraguas podrán lastimarte sin remordimientos. Sin embargo siguen sin saber a quién atacan, no lo saben ellos ni sus dueños. Y eso también es bueno. Recuérdalo.

Si por el contrario vives perdida en medio de la nada, todo es distinto. Nunca recibes un ataque anónimo. Todos van firmados. Así que cuando llegan ya no puedes echar las culpas al azar.

Mi semana también ha sido fructífera para pensar, aunque no siempre me acuerdo de lo que he pensado. Es como soñar. Pero algunas veces, las mejores, se me queda una pequeña idea, que me vuelve a guiar al tema original.

¿Y sabes qué? También estuvo lloviendo aquí. Dejé todo atrás y anduve unos minutos hasta llegar a un montón de hojas secas. ¡Como cuando tenía diez años! Luego, sentada encima de las hojas dejé que las gotas de lluvia fueran limpiando todo lo sucio y todo lo malo que me rondaba. Por eso ahora soy optimista, la lluvia se ha llevado toda la niebla que no me dejaba ver lo que iba a pasar. Y ya lo veo, ya lo sé. Vamos a llegar más allá de lo que puedas pensar.

Ahora ya lo sabes. Sal de tu guarida. Machaca todos los paraguas. Deja que la lluvia te aclare el camino. Y cuando lo veas, me escribes.

Te quiere,

Almaw Onthebridge

Siervos del atarceder

Mientras las hojas caían de aquella inmensa arboleda, nos quedamos mirando en un punto de aquel horizonte impenetrable, sentados en el banco de madera, que, gastado por los años pertenecía a la propia naturaleza, cubierto de musgos y rodeado de hojarasca, se convirtió en nuestro trono durante ese día.

Veíamos formas impuras caminar a nuestro alrededor, e invadían con sus miradas lascivas escaneando nuestras frentes, intentando leer nuestros pensamientos. Y aunque teníamos cerebros prácticamente impenetrables, nuestras lágrimas caían a ese mar de hojas, tan débiles...

Llegó el momento de las decisiones, durante meses habíamos cavado nuestra propia tumba y nos habíamos liberado de esa carga emocional que nos ataba, y ahora... ahora sabíamos como pensaban los demás, habíamos descubierto esa barrera antes infranqueable.
Eramos semidioses... quizás algo malvados, pero semidioses. Y siempre teníamos en nuestros hombros un estandarte, que en un futuro muy cercano, volvería a ser el ítem por el que nos venerarían.

Ante esa circunstancia, sentados en nuestros tronos, sufriendo momentáneamente y creyéndonos algo importante, decidimos abandonarnos a nuestra suerte, divagar hasta las tantas, seguir urdiendo un plan en el que al final... seríamos reyes.

Almaw Onthebridge